“Para mi hija favorita: 3 casas”, decía el testamento… Mi nombre no estaba escrito en ninguna parte, ni siquiera en una esquina. Hasta que vi la taza que habían tirado y el secreto que ocultaba.

 

Sofía era elocuente y solía hacerle regalos caros a Doña Teresa. Yo, en cambio, no era muy buena con las palabras. Solo podía trabajar duro y vigilaba meticulosamente cada comida y cada pastilla que le daba cuando estaba enferma.

Había días en los que tenía mucha fiebre, pero aún así tenía que esforzarme en cocinar papilla y preparar medicinas porque “no se sentía segura con alguien más en la cocina”.

Lo soporté todo en silencio, con la esperanza de que algún día se reconociera mi compromiso. Pero cuando murió doña Teresa, todo salió a la luz.

La reunión familiar para la lectura del testamento se celebró en un ambiente solemne. Estuvieron presentes los tres hermanos y todos los familiares cercanos.

Todos pensaban que heredaría algo después de todos los años que pasé cuidando a mi suegra. Pero cuando el abogado leyó el testamento, me quedé sin palabras.

—Le dejo las tres casas en el centro a mi hijo menor y a mi nuera menor, Sofía, porque son emprendedores y cariñosos. —No
le dejo ninguna propiedad a mi nuera mayor, Ana, porque confío en que es una persona razonable que no se queja ni busca conflictos.

Incliné la cabeza, no objeté, no derramé una lágrima.

Pero por dentro, sentía un gran vacío. Quince años de devoción se resumían en una sola frase: «No se queja». Esa tarde, limpié en silencio la habitación de doña Teresa.

En un rincón de la cocina había una bolsa con cosas viejas que Sofía quería tirar.

La abrí y encontré la taza de cerámica que había comprado para mi suegra hacía más de diez años: una taza con base de goma para evitar quemaduras y que usaba para prepararle leche o agua caliente todas las noches.

La taza ya estaba descolorida, con la base de goma desgastada y un poco suelta. Sin pensarlo dos veces, la lavé; quería guardarla como recuerdo.

Mientras lo secaba, noté que la base de goma sobresalía de forma extraña. Curioso, la saqué con un cuchillo pequeño.

Debajo había una nota cuidadosamente envuelta en nailon. Con manos temblorosas, la desdoblé. Era la letra familiar de mi suegra:

 

 

 

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