“Para mi hija favorita: 3 casas”, decía el testamento… Mi nombre no estaba escrito en ninguna parte, ni siquiera en una esquina. Hasta que vi la taza que habían tirado y el secreto que ocultaba.

 

Ana, si aún tienes esta taza, significa que recuerdas las pequeñas cosas. Lamento no haber sido justa contigo.

Dejé las tres casas bajo presión, pero esta es la herencia que he reservado solo para usted. Por favor, entregue esta nota al abogado Ernesto Valdez a la dirección adjunta.

Me quedé sin palabras. No dormí en toda la noche. A la mañana siguiente, fui tranquilamente a ver a la abogada, como me había pedido.

El abogado mayor revisó la información, comparó el papel y finalmente asintió. Me entregó un expediente:

—Tal como ordenó doña Teresa. Este es un testamento privado que solo se podía abrir si alguien presentaba la nota escondida en la taza.

Apenas podía respirar mientras leía:

“Yo – Teresa García – lego todos mis ahorros, valuados en 3 millones de pesos, así como un terreno de 250 metros cuadrados en la región de Oaxaca a mi nuera mayor – Ana.

Esto es lo que he guardado en secreto durante muchos años. Gracias por nunca dejarme, incluso cuando te rechacé.

Me eché a llorar, no por el dinero, sino porque por fin me había reconocido. Tres días después, en la reunión para redistribuir la propiedad tras esta nueva información, toda la familia quedó en shock.

Mi cuñada Sofía no pudo ocultar su sorpresa, mi esposo Jorge permaneció en silencio y mi suegro tenía lágrimas en los ojos.

La vieja taza, aparentemente inservible, era el lugar donde mi suegra había escondido el regalo más importante para su nuera, que una vez había sido olvidado.

No estaba contento, no me estaba vengando de nadie. Simplemente miré a todos y dije:

– No te guardo rencor. Solo espero que de ahora en adelante entiendas que a veces lo más valioso no son las grandes posesiones, sino la gratitud en el momento oportuno.

 

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