«No, fue el doctor quien te salvó. Pero te prometo que nunca volverás a enfrentarte a nada sola».
En esa habitación blanca, con el pitido constante de las máquinas que monitoreaban su corazón, sentí una extraña paz. Sabía que aún había obstáculos por delante, pero también estaba seguro de que mientras estuviéramos juntos, nada podría derrumbarnos.